el Seprona –Servicio de Protección de la Naturaleza–
requisó en Madrid el mayor alijo de marfil elaborado del mundo, 2.880
kilos que podrían provenir de más de 400 elefantes africanos, una
especie en peligro de extinción. Su precio superaba los 420.000 euros.
El comercio ilegal de especies es uno de los negocios más rentables del
mundo, detrás del tráfico de drogas y de armas, con más de 160.000
millones de euros de beneficio. Cada año se comercia con 50.000
primates, 1,1 millones de aves vivas, 4 millones de reptiles vivos, 350
millones de peces tropicales, 9 millones de orquídeas, y 2 toneladas de
coral. Por ello, unas 700 especies están a punto de extinguirse. Es la
realidad de una actividad ilegal, poco arriesgada y no tan perseguida
como el narcotráfico o el comercio de armas, y también con mucha menos
publicidad que sus oscuros colegas.
200.000 dólares por un halcón amaestrado
FASE 1: Esencial: la
autopsia a los restos del animal
La
primera misión del National Fish and Wildlife Forensics
Laboratory, que es su nombre real, es identificar la
especie, sus partes o los productos que se han sacado de ella.
Luego, se determina la causa de la muerte con el fin de conocer
si hubo o no violación de la ley. Para ello, el laboratorio
trabaja con expertos que analizan cada prueba que luego puede
servir para un posible juicio. La imagen de arriba, a la
izquierda, muestra al ornitólogo Pepper Trail que está
identificando las muestras de un águila y comparándolas con
otras de las que posee el centro. También se identifican los
souvenirs que los turistas compran, y cuya venta está prohibida
por el CITES. A la izquierda, un penacho de plumas, y a su
derecha, un collar de uñas de oso. En ocasiones se intenta pasar
una talla de marfil aduciendo que es de mamut en vez de
elefante. Para un experto es fácil ver la diferencia. En ambos
colmillos hay estrías; si se cruzan en un ángulo muy abierto se
trata de un mamut; si es en ángulo recto es un elefante. |
Según WWF/Adena, este tráfico se cobija bajo los otros dos, de manera
que hasta el 40 por 100 de los cargamentos de droga en Brasil se
utilizan para comerciar con animales o plantas. Además, de las 400
bandas identificadas con este delito, el 40 por 100 está involucrada en
otros asuntos turbios.
El principal centro de operaciones es Sudamérica, de donde proviene el
47 por 100 de los animales capturados en el mundo, que junto con África
y el sureste asiático son los proveedores. Del otro lado están Estados
Unidos, Japón y la Unión Europea, los países de destino. Por España pasa
el 30 por 100 del tráfico mundial, más de 900 millones de euros, y eso
que sólo se detecta la mitad de los cargamentos.
Los clientes del contrabando son principalmente millonarios excéntricos
que desean aumentar sus colecciones; personas que desean poseer mascotas
exóticas; laboratorios farmacéuticos que pagan una fortuna por ellos;
empresas de moda, parques de ocio y circos.
Sin ir más lejos, un tigre macho adulto vendido por piezas puede costar
hasta 70.000 euros, y un halcón amaestrado, 200.000 dólares. Y es que el
comercio de especies protegidas está muy cotizado en el mercado negro.
Sus precios ponen los pelos de punta: en 1991 se vendió en Japón un pene
de tigre por 2.500 euros y los cuernos de un saiga, un antílope del que
quedan menos de 50.000 ejemplares y del que hace 10 años había un
millón, se pagaron en 1995 en Honk Kong a 5.000 euros el kilo. La
mayoría de los productos se utiliza en la medicina tradicional asiática,
como la vesícula biliar de oso que se pagó en 1995 a 500.000 euros el
kilo.
El método para capturarlos es efectivo. Unas redes de traficantes bien
organizadas se encargan de que lleguen a buen puerto los ejemplares que
se han cazado en su medio natural. El transporte se realiza de forma
rápida, aunque sin respeto para la vida de los animales. A los pájaros
les agujerean los ojos para que no vean la luz que les incita a cantar,
y a los monos les anestesian con ron para que no chillen.
La impunidad favorece el aumento del número de mafias, porque en casi
todos los países el comercio ilegal de especies está calificado como
delito ambiental y no se vincula a la violencia criminal. Esta impunidad
se refleja también en que no fluye la información entre las autoridades.
Por ejemplo, entre 1997 y 2002 se detuvo tres veces al alemán Marc
Baungarten con cargamentos de unas raras arañas. Siempre quedó en
libertad. Evidentemente, Baungarten surtía a los laboratorios
interesados en venenos de la araña, materia prima para productos
farmacéuticos.
Un laboratorio se ocupa de buscar todas las pruebas
FASE 2: Encontrar la pista del culpable
En un control rutinario, unos agentes
descubrieron en una maleta una curiosa guitarra cuya caja de
resonancia era el caparazón de una tortuga. Ésta pertenecía a
una especie protegida. El experto en huellas Andrew Reinholzen
le siguió la pista, y un polvo fluorescente dejó al descubierto
las huellas digitales del sospechoso. Luego, no hubo más que
fotografiarlas y compararlas con las del sospechoso, el dueño de
la maleta que, efectivamente fabricó la guitarra. Otro método
para identificar al culpable es por una simple radiografía, que
sirve, por ejemplo, para conocer de qué forma ha muerto el
animal, envenenado o por un disparo. En este caso, llega al
departamento de balística, donde se determina qué tipo de arma
se ha usado y luego compararla gracias a las estrías típicas de
cada cañón, con las que utilizan los furtivos. |
A mediados de los años 70 se empezó a tomar conciencia de que estas
actividades ilegales influían negativamente en la supervivencia de las
especies. Por ello, en 1975 se creó el CITES –Convención sobre el
Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora
Silvestres–, con el fin de prohibir el comercio internacional de
especies amenazadas y regular el de otras que algún día puedan estarlo.
El tratado afecta a más de 3.000 especies y cada uno de los 163 países
firmantes del acuerdo debe poner los medios para que la transacción se
realice dentro de la legalidad. “Cada país miembro tiene la obligación
de que haya una autoridad científica y otra administrativa para que se
cumpla el tratado”, afirma Carlos Vallecillo, de WWF/Adena.
Sin embargo, lo que ahora es una auténtica novedad es un centro único en
el mundo que se dedica exclusivamente a buscar las pruebas necesarias
para luchar contra este crimen organizado. Se trata del National Fish
and Wildlife Forensic Laboratory, ubicado en Ashland, Oregón, EE UU,
cuyo propósito es identificar restos de animales con el fin de
determinar las causas de la muerte y obtener evidencias forenses para
las agencias de Estados Unidos y del resto del mundo.
El laboratorio comenzó cuando en 1975 Terry Grosz, un agente especial
del Servicio de Protección a la Naturaleza, se dio cuenta de que no
había manera de conseguir pruebas: no existía un laboratorio criminal,
el del FBI no trabajaba con animales y en los museos naturales raramente
colaboran expertos forenses. Gracias a su insistencia, el Servicio de
Naturaleza contrató cuatro años después a Ken Goddard, que ocupaba el
cargo de director en un laboratorio criminalista, con el fin de elaborar
un programa forense para la vida salvaje.
El trabajo es igual que para los casos con personas
Finalmente, en 1987, el laboratorio fue una realidad. Allí, el
trabajo forense es idéntico al que se realiza con seres humanos, pero
además en este laboratorio deben saber discernir entre los sucesos cuya
responsable es la madre naturaleza y los que se deben a la violación de
la ley por el ser humano. Una vez establecida la transgresión de las
leyes comienza la investigación y se intenta localizar pruebas en la
escena del crimen. Estas exhaustivas tareas son desarrolladas por un
conjunto de expertos que trabajan en diferentes secciones del
laboratorio. Así, la de morfología es la encargada de analizar restos de
animales para su identificación. Para ello, el laboratorio cuenta con
una biblioteca o museo que contiene muestras de reptiles, anfibios,
pájaros o mamíferos.
Después, el laboratorio criminal determina las causas del fallecimiento,
mediante el análisis de balas, gases, pesticidas o la comparación de
fibras sintéticas. Por otro lado, el departamento de genética realiza
análisis de DNA para identificar el ejemplar y, por último, el
patológico evalúa las pruebas con las que los agentes pueden confirmar
que se ha producido la muerte de un animal protegido.
Así, este CSI para animales se ha convertido en el principal enemigo de
la caza furtiva y los delitos ecológicos contra la fauna.
Tomado de muyINTERESANTE |