Un estudio demuestra la eficiencia de la
alimentación suplementaria en águilas imperiales y
quebrantahuesos en España
Una hembra de águila imperial, cuanto más rápido engorda,
más huevos pone. Y, luego, cuantos más conejos traiga al
nido, mejor posibilidad tendrá de sacar adelante su nidada.
Por eso, dejar comida al aire libre para las rapaces
silvestres durante su período de cría aumenta tanto
el tamaño de la puesta como la supervivencia de los
polluelos. Investigadores de la Estación Biológica de Doñana
(EBD-CSIC) han demostrado que esta intervención, conocida
como alimentación suplementaria, es mucho más eficiente que
la cría en cautividad para reintroducir especies vulnerables
en un nuevo territorio. En lugar de liberar crías nacidas de
aves cautivas, los científicos recomiendan, cuando sea
posible, alimentar a parejas reproductoras en su hábitat
natural para que produzcan más descendencia. Este excedente
de jóvenes salvajes se puede extraer —bien los huevos o bien
los pollos— para su liberación en otras regiones.
El estudio, publicado en el
Journal of Applied Ecology, se llevó a cabo
comparando programas de cría en cautividad y programas de
alimentación suplementaria en España para el águila imperial
ibérica (Aquila adalberti) —endémica a la península
ibérica y de la que solo existen unas 600 parejas— y el
quebrantahuesos (Gypaetus barbatus). La técnica es
laboriosa: alguien debe colocar un conejo muerto todos los
días en un posadero artificial o en lo alto de un árbol
cercano a cada nido, para que no se lo lleve un zorro o
algún otro carnívoro terrestre. En el caso del
quebrantahuesos, el proceso es aún más engorroso, ya que
estos buitres viven en zonas montañosas y se alimentan,
sobre todo, de la médula ósea en carroña. Para ellos, los
técnicos dejan unos 15 kilogramos diarios de huesos de
cordero cerca de cada nido, obtenidos de un matadero.
Los autores calculan que la alimentación
suplementaria cuesta cinco veces menos al año que la cría en
cautividad
En ambos casos los científicos encontraron que el ahorro
económico comparado con la cría en cautividad puede ser
tremendo. Los programas de alimentación suplementaria de
águila imperial y de quebrantahuesos de la
Fundación Migres y de la
Fundación Gypaetus, respectivamente, costaron
unos 78.000 euros anuales en vehículos, alimento y
remuneración para los técnicos. En comparación, el gasto
medio por año de los proyectos de cría en cautividad de la
Consejería de Medio Ambiente y Ordenación del Territorio de
la Junta de Andalucía y por otra parte de la
Fundación para la Conservación del Quebrantahuesos
alcanzó 395.000 euros, según los investigadores: cinco veces
más.
Este cálculo incluye los costes anuales de funcionamiento de
los centros de reproducción, personal y cuidados de las
rapaces adultas y de sus crías, pero no tiene en cuenta que
los proyectos de cría en cautividad suponen un coste
necesario a largo plazo, dado que estas rapaces tardan entre
siete y 10 años en alcanzar la madurez sexual y empezar a
producir jóvenes que puedan ser liberados. Así, “cada joven
liberado procedente de cría en cautividad nos cuesta 146.805
euros, mientras que con alimentación suplementaria, cada
joven cuesta 10.680 euros”, dice el autor principal del
estudio Miguel Ferrer.
Hay situaciones en que la reproducción en cautividad
es la única opción o la opción más deseable
Juan Manuel Blanco, un biólogo de la
Fundación Aquila ajeno a este estudio y pionero en la
reproducción asistida de rapaces, apunta que el águila
imperial y el quebrantahuesos, concretamente, son especies
muy longevas y muy difíciles de criar en cautividad. “Criar
rapaces pequeños es mucho más fácil y rentable”, explica.
Por su parte, Ferrer aclara que su equipo de investigación
“no es contrario a la cría en cautividad”. “Hay situaciones
en que la reproducción en cautividad es la única opción o la
opción más deseable”, dice, “simplemente señalamos que hay
procedimientos más eficaces cuando uno puede elegir”.
Blanco también apunta que la cría en cautividad tiene un
valor añadido que está al margen de este análisis económico.
Primero, la reproducción en cautiverio contribuye a la
preservación de variantes genéticas valiosas de una especie
que podrían desaparecer en la naturaleza; y segundo, la
disposición de animales cautivos, aunque estos no
contribuyan directamente a la población natural de su
especie, sirve para analizar aspectos de su biología que
resulta imposible estudiar en la naturaleza, desde su
comportamiento hasta su fisiología. “Por ejemplo, para todos
los estudios de telemetría que se hacen en el campo, los
arneses se prueban primero en cautividad. Nos aseguramos de
que no van a dejar heridas, o vemos qué materiales funcionan
mejor”, dice Blanco.
Los autores del estudio recalcan la importancia de
escoger bien los territorios antes de proporcionar la
carroña para no desperdiciar el esfuerzo e inversión de
recursos. Las rapaces longevas, como las águilas imperiales
y los quebrantahuesos, son especialmente territoriales.
Conforme aumenta su población, los mejores territorios para
anidar quedan ocupados y las últimas parejas en empezar la
cría quedan desplazadas hacia territorios de peor calidad.
Estas parejas tienen mayor dificultad para conseguir presas,
por lo que también son las que más beneficios consiguen de
la alimentación suplementaria, poniendo más huevos y sacando
adelante más pollos de los que podrían criar sin ayuda.
En este caso, los investigadores identificaron estos
territorios más vulnerables gracias a los datos históricos
disponibles. Si se empiezan a aplicar estas técnicas a otras
especies, “no necesariamente se va a contar con 20 o 30 años
de datos previos”, explica Ferrer. Por eso el estudio
también proporciona una forma directa de identificar los
territorios donde estaría mejor concentrar la alimentación:
“La calidad del territorio está enormemente relacionada con
la fecha de puesta. Aquellos territorios que cada primavera
son los primeros ocupados y donde primero se ponen huevos
son los que no necesitan nuestra ayuda”, dice el autor.
Una hembra de águila imperial, cuanto más rápido engorda,
más huevos pone. Y, luego, cuantos más conejos traiga al
nido, mejor posibilidad tendrá de sacar adelante su nidada.
Por eso, dejar comida al aire libre para las rapaces
silvestres durante su período de cría aumenta tanto
el tamaño de la puesta como la supervivencia de los
polluelos. Investigadores de la Estación Biológica de Doñana
(EBD-CSIC) han demostrado que esta intervención, conocida
como alimentación suplementaria, es mucho más eficiente que
la cría en cautividad para reintroducir especies vulnerables
en un nuevo territorio. En lugar de liberar crías nacidas de
aves cautivas, los científicos recomiendan, cuando sea
posible, alimentar a parejas reproductoras en su hábitat
natural para que produzcan más descendencia. Este excedente
de jóvenes salvajes se puede extraer —bien los huevos o bien
los pollos— para su liberación en otras regiones.
El estudio, publicado en el
Journal of Applied Ecology, se llevó a cabo
comparando programas de cría en cautividad y programas de
alimentación suplementaria en España para el águila imperial
ibérica (Aquila adalberti) —endémica a la península
ibérica y de la que solo existen unas 600 parejas— y el
quebrantahuesos (Gypaetus barbatus). La técnica es
laboriosa: alguien debe colocar un conejo muerto todos los
días en un posadero artificial o en lo alto de un árbol
cercano a cada nido, para que no se lo lleve un zorro o
algún otro carnívoro terrestre. En el caso del
quebrantahuesos, el proceso es aún más engorroso, ya que
estos buitres viven en zonas montañosas y se alimentan,
sobre todo, de la médula ósea en carroña. Para ellos, los
técnicos dejan unos 15 kilogramos diarios de huesos de
cordero cerca de cada nido, obtenidos de un matadero.
Los autores calculan que la alimentación
suplementaria cuesta cinco veces menos al año que la cría en
cautividad
En ambos casos los científicos encontraron que el ahorro
económico comparado con la cría en cautividad puede ser
tremendo. Los programas de alimentación suplementaria de
águila imperial y de quebrantahuesos de la
Fundación Migres y de la
Fundación Gypaetus, respectivamente, costaron
unos 78.000 euros anuales en vehículos, alimento y
remuneración para los técnicos. En comparación, el gasto
medio por año de los proyectos de cría en cautividad de la
Consejería de Medio Ambiente y Ordenación del Territorio de
la Junta de Andalucía y por otra parte de la
Fundación para la Conservación del Quebrantahuesos
alcanzó 395.000 euros, según los investigadores: cinco veces
más.
Este cálculo incluye los costes anuales de funcionamiento de
los centros de reproducción, personal y cuidados de las
rapaces adultas y de sus crías, pero no tiene en cuenta que
los proyectos de cría en cautividad suponen un coste
necesario a largo plazo, dado que estas rapaces tardan entre
siete y 10 años en alcanzar la madurez sexual y empezar a
producir jóvenes que puedan ser liberados. Así, “cada joven
liberado procedente de cría en cautividad nos cuesta 146.805
euros, mientras que con alimentación suplementaria, cada
joven cuesta 10.680 euros”, dice el autor principal del
estudio Miguel Ferrer.
Hay situaciones en que la reproducción en cautividad
es la única opción o la opción más deseable
Juan Manuel Blanco, un biólogo de la
Fundación Aquila ajeno a este estudio y pionero en la
reproducción asistida de rapaces, apunta que el águila
imperial y el quebrantahuesos, concretamente, son especies
muy longevas y muy difíciles de criar en cautividad. “Criar
rapaces pequeños es mucho más fácil y rentable”, explica.
Por su parte, Ferrer aclara que su equipo de investigación
“no es contrario a la cría en cautividad”. “Hay situaciones
en que la reproducción en cautividad es la única opción o la
opción más deseable”, dice, “simplemente señalamos que hay
procedimientos más eficaces cuando uno puede elegir”.
Blanco también apunta que la cría en cautividad tiene un
valor añadido que está al margen de este análisis económico.
Primero, la reproducción en cautiverio contribuye a la
preservación de variantes genéticas valiosas de una especie
que podrían desaparecer en la naturaleza; y segundo, la
disposición de animales cautivos, aunque estos no
contribuyan directamente a la población natural de su
especie, sirve para analizar aspectos de su biología que
resulta imposible estudiar en la naturaleza, desde su
comportamiento hasta su fisiología. “Por ejemplo, para todos
los estudios de telemetría que se hacen en el campo, los
arneses se prueban primero en cautividad. Nos aseguramos de
que no van a dejar heridas, o vemos qué materiales funcionan
mejor”, dice Blanco.
Los autores del estudio recalcan la importancia de
escoger bien los territorios antes de proporcionar la
carroña para no desperdiciar el esfuerzo e inversión de
recursos. Las rapaces longevas, como las águilas imperiales
y los quebrantahuesos, son especialmente territoriales.
Conforme aumenta su población, los mejores territorios para
anidar quedan ocupados y las últimas parejas en empezar la
cría quedan desplazadas hacia territorios de peor calidad.
Estas parejas tienen mayor dificultad para conseguir presas,
por lo que también son las que más beneficios consiguen de
la alimentación suplementaria, poniendo más huevos y sacando
adelante más pollos de los que podrían criar sin ayuda.
En este caso, los investigadores identificaron estos
territorios más vulnerables gracias a los datos históricos
disponibles. Si se empiezan a aplicar estas técnicas a otras
especies, “no necesariamente se va a contar con 20 o 30 años
de datos previos”, explica Ferrer. Por eso el estudio
también proporciona una forma directa de identificar los
territorios donde estaría mejor concentrar la alimentación:
“La calidad del territorio está enormemente relacionada con
la fecha de puesta. Aquellos territorios que cada primavera
son los primeros ocupados y donde primero se ponen huevos
son los que no necesitan nuestra ayuda”, dice el autor.